A
menudo, cuando vamos por la calle, nuestro hijos e hijas, nuestro hermanos y
hermanos, nuestros sobrinos y sobrinas…nos preguntan: ¿Por qué esa persona irá
con una silla de ruedas?, ¿Por qué ese chico parece que no sabe por dónde anda
y grita?, ¿Por qué esa mujer lleva un palito blanco y lo mueve de lado a lado?
Y a
menudo las respuestas que escuchamos son: es que pobrecito está enfermo, esta
malito… No señores, lo que tenemos ante nuestros ojos son personas con
discapacidad. Tenemos que educar a nuestros alumnos e hijos en lo que supone
que en nuestra sociedad haya personas con discapacidad. No son pobres enfermos,
su discapacidad no tiene cura en la gran mayoría de los casos. Desde nuestra
obligación como padres y docentes debemos hacer ver a las nuevas generaciones
que estas personas existen, y que pueden convivir con nosotros. Si desde
pequeños promovemos una inclusión adecuada, introduciéndoles en las clases
normalizadas (en los casos en los que sea posible), incluyéndoles en los
equipos de fútbol del barrio, en las actividades de ocio de los fines de
semana, conseguiremos que ya no se vean como pobrecitos enfermos, si no que
pasarán a verse como Juan, Marta o Emilio, los compañeros de clase, los amigos
del parque o los rivales del partido de fútbol.
No
debemos olvidar que el hecho no está en cómo puede incluirse una persona con
discapacidad en la sociedad, si no como la sociedad (y no nos olvidemos que la
sociedad somos todos y cada de uno de nosotros) podemos incluir a este
colectivo dentro de nuestra vida diaria tratándolos como iguales que son lo que
realmente se merecen.
Autor:
Jesús Onrubia
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