Un articulo interesante propuesto por Raúl Mesa uno de nuestros profesores:
Las humanidades en la era 2.0
"En el mundo de hoy prima la utilidad: no damos
un paso sin saber para qué o qué obtendremos a cambio. Y si uno se pregunta qué
logra con leer a Dante o aprender latín es probable que la respuesta sea cero.
¿Realmente las Humanidades no tienen utilidad? ¿No aportan nada?
Mayte Rius | Sigue a este autor en Twitter
Portada del suplemento ES del 15
de octubre del 2011
Hace unos meses el responsable de Salut de la Generalitat de
Catalunya, Boi Ruiz, declaraba que si uno quiere estudiar Filología Clásica por
placer se lo tendrá que pagar. Más allá de las ampollas que sus palabras
levantaran entre quienes cursan o imparten estas enseñanzas y del debate
surgido en torno a si todos los estudios universitarios no son “por placer”
porque nadie obliga a hacerlos, la reflexión del político catalán escenificaba
el escaso valor que las administraciones conceden a los estudios
clásicos y, en
general, a las enseñanzas englobadas bajo el término Humanidades: latín,
griego, literatura, filosofía, historia… Los actuales planes de estudio no
contemplan la enseñanza del latín ni de la filosofía durante la escolarización
obligatoria, incluyen la historia como parte de la asignatura de ciencias
sociales, y la literatura se aborda en las clases de lengua. También durante el
bachillerato los alumnos pueden obviar algunas de estas enseñanzas y plantarse
en la universidad para cursar Derecho o Historia sin haber estudiado nunca, por
ejemplo, ni latín ni griego.
Cabe pensar que es así porque los responsables de planificar la
formación de las futuras generaciones tienen claro que no necesitarán estas
enseñanzas, que en el mundo que van a vivir esos conocimientos no les servirán
de nada. “Parece que las Humanidades entren dentro de la categoría de lo inútil
y por eso es frecuente preguntar para qué sirven; si su utilidad la medimos en
términos de rendimiento económico o de aplicabilidad, la respuesta quizá sea
para nada; pero si pensamos en sus beneficios en términos de valores, de
conocimientos, de la información que nos dan y cómo nos ayudan a pensar, sí que
sirven”, afirma Laura Borràs, profesora de Literatura de la Universitat de
Barcelona, investigadora sobre tecnologías digitales y defensora de las
Humanidades digitales. Jaime Siles, presidente de la Sociedad Española de
Estudios Clásicos, asegura que de las Humanidades depende nuestra visión del
mundo, nuestra representación verbal de la realidad, y que quienes cuestionan
su utilidad son quienes parten de una mentalidad completamente
economicista y
materialista, quienes ven al ser humano únicamente como homus
economicus y
consideran que uno estudia para ejercer una profesión, no para formarse. “Y es
ese planteamiento, el confiar todo a lo económico, el que nos ha llevado a la
crisis y a la situación sin salida que vivimos hoy, porque el ser humano es
algo más que un instrumento o una herramienta; sin filosofía, literatura o
lenguas clásicas es difícil ser persona, porque esas enseñanzas nos ayudan a
comprender la realidad, a interpretarla”, apunta Siles.
Tampoco es que el debate sobre la utilidad de las Humanidades o su
encaje en un mundo científico y tecnológico sea nuevo. Hace décadas que se
habla de su declive. Basta navegar unos minutos por internet para hallar media
docena de conferencias y artículos al respecto que se remontan al último cuarto
del siglo pasado. Hans Ulrïch Gumbrecht, profesor de Literatura de Standford,
decía en 1999 que las Humanidades ya vivieron su primera crisis en el siglo
XIX, al fundarse como tales sobre unos principios ya cuestionados, y una
segunda en los años sesenta y setenta cuando se quiso transformarlas en
Ciencias Sociales, mientras que su decadencia actual la vincula con la obsesión
por la profesionalización y la pérdida de sentido de la formación
individual.
Años después, y a pesar de tan negro panorama, más de 130.000
personas están matriculadas en alguno de los grados o licenciaturas que las
universidades públicas españolas enmarcan como de Arte y Humanidades. En el
curso 2008-2009 suponía el 8,5% de quienes estudiaban en las universidades
públicas presenciales. ¿Por qué lo harán? Es lógico pensar que alguna
aplicación práctica le verán, en especial los casi 4.000 que tienen otro título
universitario previo, personas que en su mayoría trabajan y se esfuerzan para
estudiar Humanidades a distancia a través de la UOC o la UNED.
“Las Humanidades no son saberes de aplicación práctica inmediata,
pero su cultivo puede enriquecer y equilibrar el espíritu de los que han de
decidir las aplicaciones de la ciencia y los usos de la tecnología”, explicaba
en 1987 el psicólogo José Luis Pinillos en su artículo “Las humanidades en un
mundo técnico”. Más de dos décadas después, cuando quienes se dedican al ámbito
de los recursos humanos aseguran que hoy el perfil formativo es sólo un elemento
más de la empleabilidad de una persona, y que para seleccionar a un trabajador
cuenta tanto su formación como sus aptitudes y actitudes, los estudios de
Humanidades se erigen como aquellos que no preparan para un oficio pero que sí
ofrecen habilidades que pueden tener un amplio uso profesional. Laura Borràs
pone como ejemplo la literatura, que es lo que conoce más de cerca: “Leer Lolita o La Ilíada no
tiene una aplicación práctica ni te hace mejor persona, pero sí te amplía en
tus parámetros; la literatura te ayuda a mejorar el bagaje lingüístico, a
desarrollar tu discurso, a saber argumentar las ideas”, afirma. Y subraya que
igual que se tiene claro que aprender matemáticas es útil para todos,
independientemente de a qué se vayan a dedicar, lo mismo ocurre con la
literatura, la filosofía o las Humanidades en general. “Hace falta conocer el
pasado, leer y comprender lo que lees, reflexionar sobre las contradicciones
humanas, para desarrollar el juicio crítico o la empatía, y esta sirve tanto al
ingeniero como al médico”, dice. Y llama la atención sobre la hipocresía que
supone no apoyar las Humanidades porque no sirven para nada desde el punto de
vista económico y luego reivindicar que la lectura es importante.
Jaime Siles asegura que hoy se denosta el latín y el griego
olvidando que toda nuestra cultura y las fuentes de nuestra historia hasta el
siglo XVIII están en esas lenguas y que cada generación ha de hacer sus propias
traducciones para redescubrir todo ese pensamiento. “No hay que olvidar que el Renacimiento y la Ilustración parten del redescubrimiento del latín,
el griego y sus autores”, apunta.
Más allá de permitir revisitar el pasado parece que el latín y el
griego contribuyen a organizar mejor el cerebro y al desarrollo del pensamiento
lógico, y potencian la capacidad de razonar y de expresar el propio
pensamiento, habilidades que perduran incluso cuando los conocimientos
concretos sobre estas lenguas se olvidan. El estudio del griego se vincula
además con un desarrollo de la capacidad de abstracción de la persona, porque al estudiarlo
uno debe separar el concepto contenido en una palabra de la grafía, ya que se
utiliza un alfabeto distinto al que se está acostumbrado. Otras utilidades
derivadas del estudio de las lenguas clásicas es que facilitan el aprendizaje
de idiomas –sobre todo si tienen declinaciones– y, que, al ponernos en contacto
con culturas milenarias y fomentar la lectura, estimulan la capacidad de
contemplación y un mejor desarrollo de la personalidad.
La filósofa estadounidense Martha Nussba, en Sin
fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (Katz), asegura que la crisis actual
no es una crisis económica, sino educativa, y reivindica la formación humanista
como imprescindible para la democracia porque lleva a empatizar con el otro, a
formarse en valores, y eso mejora la convivencia. También el filósofo y
profesor de Literatura Jordi Llovet, en Adéu a la Universitat.L’eclipsi de les humanitats (Galàxia Gutenberg), defiende la
vuelta a la educación pretecnológica, basada en las explicaciones de palabra y
en el debate de ideas, y centrada en el legado literario, artístico y
científico de Occidente, “porque no se puede tener un sistema democrático
propiamente dicho si la ciudadanía no está preparada intelectualmente para discernir las cosas que pasan
cada día con sentido crítico”.
Claro que no todo el mundo está de acuerdo en estos
planteamientos. “Con todo mi respeto por estas asignaturas como saberes
especializados, me parece que vincular la crisis social y educativa que vivimos
con la escasa atención que se presta en los programas educativos al latín, el
griego o la filosofía es lo mismo que vincularla a que ya no va nadie a misa;
lo de la filosofía, como aparentemente abarca todo el saber, quizá sería más discutible,
pero si de lo que se trata es de comprender los problemas de la persona y la
sociedad, hay que tener presente que la filosofía de nuestro siglo está
dispersa en el conjunto de las ciencias humanas y sociales; para comprender el
siglo pasado y lo que va de este, por ejemplo, es bastante más útil comprender
a Keynes o a Freud que a Heidegger o Husserl”, afirma Mariano Fernández
Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense. A su juicio,
lo que está en cuestión no es la trascendencia de la formación en Humanidades,
sino qué Humanidades. “Es preciso que como ciudadanos, productores y
consumidores comprendamos las bases, los mecanismos principales y los efectos
del cambio producido por el desarrollo científico y técnico, pero las Humanidades
clásicas ayudan muy poquito en eso, comenzando porque, por lo general, ni
siquiera lo entienden; otra cosa serían las Ciencias Sociales (historia,
sociología, antropología, psicología, economía) aplicadas al estudio de la
ciencia, la tecnología o el trabajo, o la rama específica de Filosofía de la
Ciencia”, enfatiza Fernández Enguita. Y opina que los estudios de humanidades
deberían redimensionarse a la baja en la enseñanza general porque su
trascendencia no es la de antaño.
En cambio, hay quien opina que precisamente ahora, con las nuevas tecnologías
de la información, con el triunfo de las biociencias y las
biotecnologías, asistimos a un resurgir de las Humanidades y se abren nuevas
perspectivas y demandas para estos especialistas. El estadounidense Stanley
Fish, profesor de Derecho y Humanidades, habla del triunfo de las Humanidades
cuando se alían con otras disciplinas, y dice que ya ocurrió en los setenta con
las Ciencias Sociales y ahora con las biohumanidades, las neurohumanidades o
las geohumanidades. Son muchos y de muy diferentes ámbitos los estudiosos que
sostienen que la dualidad humanismo decadente versus ciencia imparable es una
contradicción que afecta a la raíz misma del pensamiento humanista, y que las
fronteras entre disciplinas son muy difusas. Explican que no es posible
ocuparse de la ciencia sin utilizar un lenguaje rico en metáforas, igual que la
tecnología no es más que un vehículo que se carga, por ejemplo, de información,
textos e ideas, es decir, un estímulo para la producción intelectual.
Laura Borràs indica que la proliferación de equipos
multidisciplinares en muchos ámbitos laborales está creando nuevas
oportunidades de empleo para quienes estudian humanidades. “Con las
herramientas digitales las humanidades pueden repensarse y encontrar salidas;
para diseñar una aplicación literaria para el iPad hacen falta diseñadores
gráficos, pero también literatos, documentalistas, músicos...”, señala. Y añade
que ya se habla de neuroarte, de neurohistoria y, en general, de neurohumanidades,
para referirse a los trabajos que analizan, por ejemplo, qué procesos
cognitivos se activan al leer o qué lado de la cara se nos muestra en las
pinturas de una determinada época histórica para saber si el referente de
entonces era el hemisferio cerebral derecho o el izquierdo. “Para realizar e
interpretar esas investigaciones se requieren neurólogos, psiquiatras,
profesores de filosofía, de historia, de arte...”, comenta Borràs. Lo mismo
ocurre con las denominadas biohumanidades,
que tienen que ver, por ejemplo, con los procesos de implante de prótesis en el
ser humano. “Una operación de reducción de estómago exige un cirujano, pero
también la intervención de psicólogos o filósofos que ayuden a la persona a
adaptarse a una nueva forma de vivir”, ejemplifica. Mayor desarrollo han
alcanzado ya las geohumanidades. Su práctica más frecuente es la vinculación de
conocimientos literarios, artísticos o históricos a una ruta con el soporte de
un GPS. Laura Borràs cree que esta aplicación de las humanidades a otras
disciplinas debería acabar con su etiqueta de inútiles por falta de
rentabilidad, puesto que tras ellas hay un rendimiento económico.
Que hoy hay opciones de empleo, y algunas muy nuevas, para los
licenciados en las diferentes ramas de humanidades lo corrobora el director de
Porta 22, la plataforma de investigación y difusión de las tendencias del
mercado laboral del Ayuntamiento de Barcelona. Después de cotejar en su base de
datos qué ofertas de empleo piden titulados en Filosofía, Historia, Historia del
Arte, Ciencias de la Música, Bellas Artes, Antropología, Literatura o
Filología, entre otros estudios, Lorenzo Di Pietro indica que las salidas más
habituales se dan en los ámbitos de gestión cultural, en las industrias
culturales, en comunicación, en el sector de las tecnologías de la información
(TIC), en medioambiente y en el de servicios a las empresas. “El mercado
laboral ya no es
tan rígido como hace años y para muchos trabajos se admite gente que ha seguido
diferentes itinerarios formativos; el binomio ocupación-formación cada vez está
más difuminado y tu salida profesional puede alejarse del núcleo de tus
estudios; un filólogo puede trabajar como filólogo pero también como webgardener,
es decir, como encargado de actualizar los contenidos y el material gráfico
colgado en la web o intranet de una firma, o como infonomista empresarial, es
decir, administrando la información que una empresa facilita en distintos
soportes”, explica el director de Porta 22. Subraya que, en términos relativos,
la salida profesional que más puestos de trabajo crea está en el sector de las
telecomunicaciones y las tecnologías de la información (TIC) y es la de
especialista en sistemas de información geográfica. Se trata de personas que
manejan información cartográfica, digitalizan mapas y diseñan rutas para
múltiples aplicaciones de los GPS. También se reclaman licenciados en
Filología, Historia del Arte, Bellas Artes o Música como responsables de
patrocinio, de servicios educativos para museos, gestores de derechos, especialistas
en edificios patrimoniales, y asesores o correctores de estilo en las
industrias culturales. Di Pietro enfatiza que la visión global del conocimiento
que tienen muchos licenciados en humanidades constituye un punto a su favor en
el proceso de búsqueda de trabajo porque son más adaptables y saben trabajar en
equipo. “El sector de medioambiente, por ejemplo, ofrece muchas opciones de
trabajar a estas personas si añaden a su titulación algo de formación contínua,
porque en ese ámbito las habilidades comunicativas y el bagaje cultural son
apreciados”, ejemplifica.
Lo cierto es que algunas escuelas de negocios han comenzado a
introducir en sus programas de dirección y administración de empresas
contenidos relacionados con las humanidades, como historia, filosofía o
antropología para complementar sus cursos de liderazgo, en línea con la
transversalidad o transdisciplinaridad que impregna hoy el mundo laboral.
Algunos estudiosos, como Alfonso de Toro, catedrático de Filología Románica en
la Universidad de Leipzig, defienden reformar también la estructura de las
enseñanzas. “Las de humanidades, en lugar de estar agrupadas en facultades,
deberían ser módulos de una estructura superior donde intervengan diferentes
disciplinas, porque ocuparse del descubrimiento y conquista de América requiere
historiadores, etnólogos, arqueólogos, antropólogos, expertos en lenguas
precolombinas...”, sugería en un artículo sobre el futuro de las humanidades
publicado la revista Universum en el 2008.
También hay quien opina que no hay que preocuparse tanto por las salidas profesionales de quienes estudian humanidades porque
se trata de unas carreras vocacionales, sin una gran demanda, y donde los
licenciados suelen encontrar encaje en la docencia. “En latín y griego hay
equilibrio entre la demanda de estudiantes y la oferta de plazas de profesores
de instituto”, indica Jaime Siles desde la Sociedad Española de Estudios
Clásicos. Según datos de la Universidad Complutense referidos a la inserción
laboral de sus titulados, el 62,5% de quienes estudiaron Filología Clásica
trabaja y, en su mayoría como docentes. En cambio, más del 40% de quienes
cursaron Filosofía no trabaja en nada relacionado con sus estudios. Entre los
licenciados en Lingüística, son más los que dicen que su trabajo no tiene que
ver con lo estudiado que los que sí han necesitado la carrera, situación
similar a la que relatan las últimas promociones de licenciados en Historia del
Arte.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20111014/54229795673/las-humanidades-en-la-era-2-0.html
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